domingo, 29 de noviembre de 2009

Pedazo de mundo

3 am.

Salí a la calle para hacer algo... (mi hermano se había olvidado de algo). No pude resistirme. La situación me llamaba. Antes de volver a entrar, decidí detenerme a observar. Me incliné sobre la reja que apenas me llega a la cintura y miré a uno y otro lado de la calle.
Silencio.
Bueno, excepto por la música reggaeton del vecino a una cuadra de distancia.
Oscuridad.
Excepto por los faroles de la calle y las luces propias de cada casa.
¿Dónde mierda está esa magia de la soledad de la noche si había luz y ruido?
Había paz. El aire era puro. Y unos pájaros cantaban, adelantándose al amanecer del nuevo día. ¿Qué produce esa necesidad de insipirar hondo y guardarse con uno un pedazo de momento? Porque hice eso, me llevé conmigo ese pedacito de mundo que me adormece los sentidos de cierta forma.



Maldición.

Exhalé y creo que lo perdí.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Esa apropiadora

Estaba ella. Podía ser grande o pequeña, pero siempre era pesada, aunque etérea. Le gusta alojarse en el pecho, cerca del corazón, donde encontraba un rincón caliente para cobijarse y quedarse allí por el tiempo que le pareciera suficiente; pero era vaga, y generalmente extendía su estadía, como una turista despreocupada. A algunas personas las visita a menudo, a otras, no tanto. Eso es porque hay quienes le preparan una bienvenida más efusiva o cálida.

Aquel día se había cansado de estar sola y soportar tanto peso, por lo que decidió emprender el ascenso. Viajó a través de la garganta, de la boca, y por último se detuvo en los ojos, su destino. Allí se quedó un rato, sopesando sus opciones y como vio que las cosas no mejoraban, optó por fin. Supo que era momento de crear algo.

Y lo hizo. De a poco, con la paciencia de una madre, comenzó con una bola muy pequeña y húmeda, y la soltó. Apenas si había nacido, y no tenía conciencia de que existía cuando lo hizo, por lo que supo que su pequeña hija no sufrió. Pero peores cosas se avecinaban. Con mayor esfuerzo, dio forma a una gota, una muy brillante y más grande que la anterior. Por su tamaño, adquirió conciencia, y no tardó en cuestionarse sobre lo que sucedía.

-Mamá, ¿por qué me haces esto? –le preguntó la primogénita, aquella lágrima sostenida de la mano de su madre, a punto de caer.

Su creadora, la Tristeza, la observó con una sonrisa, con la cabeza ladeada, y la acarició para infundirle tranquilidad.

-Porque es el curso de las cosas –explicó, en susurros, negándose a soltarla y hacerla rodar.

-¿Para qué me creas si después me abandonas? –le insistió, con vehemencia, viéndose próxima a su fin.

La Tristeza estaba acostumbrada a tener que dar esas explicaciones a sus lágrimas primogénitas, pero siempre le costaba hacerlo, ya que ninguna de ellas quería desprenderse de su lugar de nacimiento. ¿Por qué la primera siempre era tan difícil? La Tristeza meditó la respuesta, pero ya por experiencia, sabía que no podría darle un consuelo verdadero. Las dos conocían su destino: caer y desvanecerse.

Carraspeando, para aclararse la voz, la Tristeza le explicó a su hija:

-No te estoy abandonando, porque una parte de mí se irá contigo; y no serás la única, porque mi peso es demasiado grande para que puedas cargarlo sola. Prometo que te acompañaré hasta el final.

La lágrima no supo qué decir, pero cerró los ojos y se resignó a morir.

La Tristeza empujó a la lágrima y una parte de ella cayó con su hija, tal como le había dicho que sucedería.

Un niño lloró, en medio de un parque, porque su madre no había ido a buscarlo a tiempo. ¿Qué sabía él de la historia de aquella pobre lágrima que había nacido para ver el fin tan pronto?

Muy poco. Él sólo había anidado a la tristeza en su corazón, dándole a esa insoportable visitante, una excusa para apropiarse del lugar que más le gustaba.

La lágrima, ya casi seca en la remera del chico, terminó de desvanecerse cuando su madre llegó a recogerlo, y obligó a la Tristeza a buscar otro alojamiento.

¿De qué había servido su vida?, fue lo último que se preguntó, antes de perecer con una sonrisa discreta dibujada en los labios húmedos.




lunes, 16 de noviembre de 2009

Su Muerte


Hoy presencié la muerte de alguien.

Era alto y fuerte, aunque viejo pero único a su estilo. Le gustaba tomar sol, y estirarse en todo su largo para recibirlo. También era muy amistoso. En su hogar, acogía a todos aquellos que buscaban refugio y comida. Nunca le negó la entrada a nadie, por más travieso o ruidoso que fuera. Algunos inquilinos, tenían extraños hábitos, como despertarse en la madrugada y ponerse a tararear canciones.

En verano, era una delicia contar con su compañía y la de todos sus invitados.

Algunos de ellos murieron con él, sin contar con alguna oportunidad de escapar cuando atacaron su casa.

Lo oí llorar, pero no quejarse. Llorar del dolor mientras lo despedazaban. ¿Alguien más lo escuchó? Sus amigos, los que pudieron, huyeron por el lamento prolongado.

Presencié el final, con el sonido de su llanto retumbando en mi cabeza. Alguien se me acercó y me mostró un huevo roto que no había sobrevivido. Le saqué una foto.

Otra persona se me aproximó con un pedazo de él entre los brazos: era pesado. Lo acunó como si fuera un bebé. Qué locura, ¡si lo acababan de matar! Pude ver claramente cómo su sangre aún permanecía en el centro de su ser.

El asesino posó para otra foto con un ayudante. Yo realicé la instantánea. Me pidieron que enfocara los restos, las ramas de aquel pobre pino que había perecido en manos de humanos.

Su llanto con la motosierra en acción, retumbó en mi cabeza.